El Greco en la Catedral de Burgos

7 04 2011

La Catedral de Burgos, vuelve a establecerse como foco cultural y    didáctico, al aunar en una exposición nueve de las obras de uno de los   pintores más grandes del arte español: Doménikos Theotokópoulos,    “El Greco”.

La exposición nace a través de la ilusión y el trabajo de Antonio Miguel Méndez Pozo, editor de Diario de Burgos conocedor de la obra del artista, queriendo aunar  varias de sus obras por varios fines. El primero, unir varias obras de “El Greco” que nos permiten visualizar su evolución como pintor; así fomentar la candidatura de la ciudad burgalesa para que en 2016 sea la Capital Europea de la Cultura, y por último, celebrar  los 120 años de la existencia del Diario de Burgos. Una serie de causas, que permiten admirar una de las más bellas colecciones de pintura española, gracias también a la colaboración aportada por la Fundación Telefónica, la Fundación El Greco 2014 y el Cabildo de la Catedral de Burgos.

Se desarrolla en el interior de la Catedral de Burgos, en la Capilla de la Natividad; un lugar excelente, de pequeñas dimensiones; lo cual hace engrandecer la talla de éstas pinturas. Para acceder a dicha capilla debemos realizar la visita a la Catedral, en la cual veremos otras joyas del arte español, y tras contemplar la “Escalera Dorada” de Diego de Siloé, pasaremos a un ambiente más cálido. Existe una diferencia de unos 10º C  entre la Capilla en la que se desarrolla la muestra, y el resto del templo gótico; debido a las condiciones de conservación de las pinturas. Así como un control exhaustivo de la humedad en dicha zona.

Recordar que la exposición se celebra entre febrero y abril de 2011, fechas en las que las temperaturas no son muy elevadas en la capital burgalesa, y la zona de dicha capilla es muy gélida en ocasiones. Según comentó el comisario de la exposición, Juan Carlos Elorza, se elige la Capilla de la Natividad, ya que «buscábamos la misma estética de El Greco, su manierismo, porque queríamos que el recinto fuera una especie de cámara de las maravillas del Renacimiento», La cuestión, es que se la disposición museológica establece unos paneles de color rojizo, que hace que destaque las pinturas, pero apenas se puede contemplar la capilla. Es decir, existe la simbiosis entre el tiempo de la capilla y el artista, pero no esa complementación que sería la Capilla sin revestimientos y las pinturas.

Las obras seleccionadas para ésta muestra serían, Verónica sosteniendo el velo, del Museo Santa Cruz de Toledo; La oración en el huerto, de la catedral de Cuenca; Cristo crucificado con Toledo al fondo, de la Colección Santander; El martirio de San Sebastián, de la catedral de Palencia; María Magdalena, del Museu del Cau Ferrat; Santo Domingo en oración, de la Colección Arango; San Francisco de Asís en oración, de colección particular; La Anunciación, del Museo de Bellas Artes de Bilbao, y Alegoría de la Orden de los Camaldulenses, del Instituto Valencia Don Juan.

Las tablas elegidas, reflejan los diferentes temas tratados por El Greco en su obra, siendo principalmente el carácter religioso, temas relacionados con la Contrarreforma, como la interpretación de los Santos, como intercesores del hombre ante Dios; la exaltación de la penitencia, por la que el hombre se salva; o la Glorificación de la Virgen como madre de Dios. Destacando esa intensidad dramática y un gran misticismo; acorde al espíritu de la época, que se concentra formalmente en las manos y en los ojos de sus personajes.

Así mismo, se puede destacar la evolución de su pintura, y las influencias de los pintores renacentistas debido a su estancia en Venecia y Roma. Esa evolución del uso del color, de una fuerza expresiva en el colorido y en la ejecución de pinceladas rápidas y nerviosas; pasando al uso de formas arbitrarias de luces y sombras, teniendo las figuras su propia luz a partir de su cuerpo o su vestimenta. Aplicando el color con pinceladas largas y pastosas. Generando un canon más alargado que el habitual, siendo el cuerpo hasta doce veces el tamaño de su cabeza, representando personajes enjutos de manos alargadas con finos dedos. Desarrolla una pintura de pincelada suelta, con pincel grueso y abundantes retoques.

“El martirio de San Esteban”, cedida por la Catedral de Palencia para la exposición, pertenece a sus primeras obras realizadas en España, a esos primeros años en Toledo a partir de 1577. Se representa al Santo en el momento de su martirio, realizado con un colorido muy claro y ligero, siendo una figura llena de corporeidad, casi escultórica. Con una postura girada, en la cual el torso avanza a partir de la posición de sus piernas, y el giro de los brazos. Por ello se puede indicar que estaríamos ante una obra llena de recuerdos de lo aprendido en Italia.

 

 

 

 

 

 

Otra de sus obras de esa primera etapa en Toledo, será “La Verónica con la Santa Faz”, de gran ejecución, estableciéndose sobre un fondo negro, se desarrolla un cromatismo frío y luminoso, con la que El Greco sienta las bases para sus posteriores representaciones.

 

 

 

 

Una de las características temáticas del El Greco es, la fusión de los planos celestes con los planos terrenales, en la obra “Cristo crucificado con Toledo al fondo”, se puede contemplar este echo, ya que aparece en primer término la figura de Cristo agonizante, destacado por la luminosidad de su cuerpo; estando en la parte inferior representada la ciudad de Toledo, perfil repetido en diversas ocasiones por el artista, en el cual destaca la figura de la Catedral.

 

 

Además, repite patrones compositivos y de posicionamiento; como en las obras María Magdalena y San Francisco de Asís, ya que en ambas se establece una representación de medio cuerpo, con el torso girado hacia símbolos religiosos, en este caso la cruz y la calavera; disponiendo la posición de sus manos de manera similar. La variación en ambas obras dicta en los colores usados, mientras en la representación de la Magdalena, el rojo se sobrepone al resto de colores; en la representación de San Francisco son las tonalidades oscuras las que marcan la obra, destacando las huesudas manos del Santo y su rostro, por la aplicación de tonalidad que hacen que resalten esas zonas.

Burgos. El Greco en la Catedral. Catedral de Burgos.

Del 11 de febrero al 10 de abril de 2011.

Comisario: Juan Carlos Elorza.





El retablo del Arzobispo don Sancho de Rojas

4 04 2011

Los estudios sobre la pintura trecentista en España se han referido, casi en exclusiva, a otras regiones, siendo Castilla la menos estudiada.  Circunstancia explicable por el reducido número de pinturas que nos han llegado, así como por la escasa documentación existente.  No obstante, investigaciones realizadas por Post, Angulo, Bosque y, más recientemente, Maria Ángeles Piquero López, han puesto de manifiesto la pintura gótica castellana.  En esta población se conserva un núcleo de obras muy significativas, fruto de la importante actividad pictórica desarrollada en la catedral de Toledo en torno a 1400, con muestras destacadas tanto en pintura mural como en tabla, consecuencia de las relaciones e influencias llegadas de Italia.

Desde un punto de vista cronológico, la influencia trecentista, llega a Castilla a través de artistas italianos procedentes de Valencia y en los que, de alguna forma, junto a los caracteres propiamente trecentistas se apunta y rasgos del estilo internacional.   Su desarrollo, por tanto, coincide con un corto periodo de tiempo que abarca desde los últimos años del siglo XIV al primer tercio del siglo XV.  Periodo que se inicia con el reinado de Pedro I y coincide  plenamente con el advenimiento de la Casa de Trastámara ( reinados de Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique IV de Castilla ).  Etapa llena de alteraciones políticas internas de todo tipo, que si bien produjeron un desinterés artístico por parte de la monarquía, sin embargo, gracias al fuerte apoyo y protección de la jerarquía eclesiástica, dieron lugar al desarrollo de un importante foco pictórico en torno a la catedral, siendo dos arzobispos, Don Pedro Tenorio ( 1377 – 1399 ) y Don Sancho de Rojas ( 1415 – 1422 ), sus principales promotores.   A ellos se deben los dos conjuntos de carácter funerario más representativos de la pintura renacentista castellana: la capilla de San Blas, en la catedral de Toledo, y el retablo del arzobispo Sancho de Rojas, hoy en el Museo del Prado de Madrid.  Obras que evidencian, por otra parte, el deseo de los prelados de glorificar a Dios, junto al de resaltar su propia persona, buscando un lugar sagrado para reposar.

En lo referente al Retablo de Don Sancho de Rojas para el Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, se puede decir que, pocos son los datos que se poseen acerca de la personalidad artística del Maestro Rodríguez de Toledo.  Las primeras noticias se deben a Polo Benito quien, en el discurso citado de entrada a la Real Academia, da a conocer el hallazgo, cuando al retirarse los altares de la capilla de San Blas, durante las obras de restauración apareció
una inscripción en la que se podía leer: Joan Rodríguez de Toledo, pintor, lo Pintó.  Aunque para Post el carácter epigráfico al lado de Rodríguez podría ser Maestre, no hay duda de que se trata de Joan, de acuerdo a los caracteres del siglo XV.  Otros autores como Bosque lo identifican con un mero restaurador, mientras Angulo no citará para nada a este maestro.  Este mismo nombre se puede relacionar, aunque con plena seguridad, con un iluminador que trabaja en la Catedral de Toledo, muerto en 1459 y del que Pérez Sedano recoge algunas noticias. Gudiol es el primero en identificar a este artista con el maestro del retablo del arzobispo don Sancho de Rojas.

Sólo a través del análisis de los caracteres estilísticos de algunas de las escenas de la capilla de san Blas, podemos llegar a tener una idea de la personalidad artística de Rodríguez de Toledo y establecer un parentesco con el retablo del arzobispo don Sancho de Rojas, que permita considerarle como la cabeza del taller trecentista castellano.  De esta forma también puede atribuírsele una serie de obras castellanas del momento.  Así pues la formación de
Rodríguez de Toledo se realizaría bajo la influencia y en colaboración directa con Gherardo Starnina y su taller, llegando a convertirse en el artista más importante de la capilla de San Blas, al que se deben no sólo las escenas de la zona superior sino muy probablemente la zona inferior, perdida en la actualidad.  La reconstrucción de su estilo nos lleva a un maestro en el que junto a la influencia florentina se perciben rasgos hispanos y algunos elementos
propios ya del estilo internacional.


El retablo del Arzobispo don Sancho de Rojas es el mejor exponente de pintura sobre tabla, pintado al temple sobre pino. Mandado hacer por encargo del propio arzobispo para la iglesia primitiva del monasterio de san Benito el Real de Valladolid, pasó más tarde a la iglesia de San Román de Hornija, en cuya capilla del cementerio lo descubrió Gómez Moreno, siendo adquirido finalmente en 1929 por el Museo del Prado.
El retablo dedicado a la vida de Cristo es especialmente significativo no sólo por su estilo sino por su iconografía.  Recoge escenas desde la Anunciación hasta Pentecostés no siempre siguiendo un orden iconográfico exacto, ya que se ha alterado la disposición inicial de las tablas.  Cabe suponer que en su forma primitiva el retablo contaba con tres cuerpos formando siete calles, cinco de las cuales se remataban en pequeños tabernáculos con agudos gabletes, y
una amplia predela. Preside el conjunto en su coronamiento la imagen de Cristo triunfante y a su lado los dos profetas David y Abraham, con sus filacterias en su calidad de prefiguras de Cristo. El resto de las tablas de los cuerpos inferiores están dedicadas a distintas escenas del ciclo de la Infancia de Cristo.  En las tablas restantes se sigue el ciclo de la Pasión.  Se completa el retablo con el ciclo de la Muerte y Glorificación de Cristo, que incluye las escenas de Pentecostés y Ascensión.  Una serie de cabezas, en cuatro grupos de tres, se distribuyen en la predela, sin atributo específico que las identifique.  Dos de los grupos con cabezas masculinas podrían ser santos confesores, correspondiendo los restantes a cabezas de santas.  En la parte alta del retablo, entre los pináculos se encuentran cuatro escudos de Rojas ( cinco estrellas de plata en campo azul ) que aluden a su promotor.

Además de los ciclos descritos,  merecen destacarse: la ultima escena con una interesante iconografía de la Misa de San Gregorio, que confiere un carácter funerario al conjunto, así como la tabla central.  En ella se representa a la Virgen con el Niño rodeada de coros angélicos en una iconografía derivada de la Panagia Nikopoia ( Virgen en Majestad bizantina ) y en relación con la tradición italiana trecentista.  La Virgen aparece también como protectora, tema
asimismo de raíz bizantina, por el que María se convierte en mediadora que intercede por la salvación de los hombres.  Por otra parte, se recoge el momento en que la Virgen impone la mitra al arzobispo don Sancho, mientras que el Niño corona al rey don Fernando de Antequera, en una clara alusión al origen divino del poder eclesiástico y real, estableciéndose, por otra parte, un paralelismo entre Cristo, a quien está dedicado el retablo, y su madre, reflejando, por otra parte, una protección especial de la Virgen a la sede toledana.

Al mismo tiempo la escena introduce la novedad iconográfica del donante protegido por un santo, tema que aparece en el siglo XIV y del que veremos otros ejemplos toledanos.  Los santos protectores son, en este caso, san Benito, cuya presencia se explica por la advocación del monasterio para el que se encarga la obra; el otro personaje, con hábito blanco y manto negro, se ha identificado en ocasiones como Santo Domingo de Guzmán y responde sin duda a la
representación de San Vicente Ferrer, cuya presencia al lado del monarca se justifica por su intervención en el Compromiso de Caspe.  En cuanto a la identificación de los dos personajes principales, mientras la del arzobispo no ofrece dudas, la figura del rey es más problemática.  A pesar de que algunos autores han querido ver a Juan II, sin embargo, debe tratarse de don Fernando de Antequera, de quien don Sancho fue tutor durante su minoría de edad,
acompañándole en Antequera y con el cual, sin duda, el arzobispo tuvo una relación de amistad.  Es más, si nos atenemos a los rasgos elegidos por el artista parecen ajustarse a la descripción que en la Crónica de Juan II se hace de don Fernando: Fue muy hermoso gesto: ” fue hombre de gentil cuerpo, más grande que mediano, tenía los ojos verdes e los cabellos color avellana mucho madura.  Era blanco y mesuradamente colorado, las manos largas e delgadas ”.  Por otra parte, desde el punto de vista histórico, si se admite que es Juan II el retratado, habría que retrasar la fecha de ejecución del retablo, de forma que se habría pintado después de morir el arzobispo.  Parece más lógico que la donación del retablo al monasterio de Valladolid, enclavado la diócesis de Palencia, se hiciera inmediatamente después de dejarla don Sancho para instalarse en Toledo.

La fecha, pues de ejecución de la obra coincide con el Priorato de Juan de Madrigal (Rodríguez Martínez).  Considerando que el retablo, según los datos aportados por Torres, estuvo ochenta años en su emplazamiento inicial en la iglesia vieja de San Benito, pasando más tarde a un altar lateral de San Marcos en la iglesia nueva y que en 1596 pasa a San Román de Hornija, no cabe duda de que la fecha de ejecución hay que situarla en torno al primer cuarto del siglo XV, coincidiendo con la regencia de don Fernando de Antequera.  Muerto el monarca en 1416, parece lógico que el encargo fuera hecho por don Sancho inmediatamente después de dejar la sede de Palencia y que se ejecutara todavía en vida de don Fernando.  Por tanto, podemos fechar el retablo entre 1415 y 1416 o muy inmediatamente después de la muerte del monarca, fecha que encaja con las características de la obra.  Sin otros datos que apoyen una atribución, son sobre todo razones estilísticas las que permiten establecer la identidad entre el llamado maestro del Arzobispo don Sancho de Rojas y el maestro Rodríguez de Toledo, dada  la concordancia del estilo con algunas escenas a él atribuidas en la capilla de San Blas de la Catedral de Toledo. Sin embargo, la dimensión de la obra obliga a pensar en una intervención de taller en algunas tablas, principalmente de la zona derecha, en donde apreciamos modelos diferentes, como sucede con el utilizado para la Virgen, así como en las cabezas de la predela, de calidad inferior al resto del retablo.  No obstante, el retablo nos ofrece un magnífico ejemplo de pintura trecentista, con un trabajo cuidado en el que destacan las calidades cromáticas y la delicadeza en el tratamiento de las figuras.  En él se ponen de manifiesto también desde un punto de vista técnico, el conocimiento de recetas de taller y procedimientos, tal como aparecen descritos en Il libro dell’Arte de Cennino Cennini.

El conjunto sufrió una restauración parcial en 1975, que afectó sólo a las tablas del lado izquierdo y a la calle central, quedando toda la zona de la derecha sin tocar.  Felizmente, a lo largo de 1991 y 1992 se han reanudado las tareas de restauración que han afectado a la totalidad de la obra.  Esta labor realizada por un equipo de especialistas (Roa Estudio), ha consistido fundamentalmente en levantar repintes de óleo y acuarela y capas de barnices antiguos,
principalmente del siglo XVIII. Con ello se ha logrado recuperar el estado original del retablo. Instalado ya definitivamente en las salas del museo, nos ofrece la visión de lo que fue la pintura gótica, desvirtuada en la mayor parte de los casos por transformaciones posteriores.

Fue regalo del gran mecenas Don Sancho de Rojas, para adornar la iglesia primitiva anterior al Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, como narra Fr. Mancio de Torres:
“ No contento con las piezas y mercedes que nos alcanzó del Rey, viendo el buen arzobispo la pobreza del retablo del monasterio, hizo un retablo famoso y de mucha costa para el altar mayo con Nuestra Señora y San Benito y la historia de la Pasión, el cual, después de haber estado en la iglesia vieja más de ochenta años, fue puesto en el altar de San Marcos en la iglesia nueva, donde estuvo otros cien años y ahora ilustra la iglesia de San Román de Hornija en cuyo altar está asentado hará diez años este de 1622 ”.

Casi con las mismas palabras describe el retablo Fr. Benito Otero, lo que nos hace suponer que tiene a la vista la historia del monasterio escrita por Fr. Mancio. Se destacan algunos aspectos, que se consideran de interés.  Así, respecto a la época, de ser exactas las noticias anteriores, el retablo sería anterior a 1423, fecha en que comienza su priorato Fr. Martín de Ribas por fallecimiento de Juan de Madrigal, pues el retablo se efectuó durante el priorato de este último. Por otra parte, se dice que este retablo se quitó de la capilla de San Marcos al comenzarse el de Adrián Álvarez y Pedro Torres, que sabemos se inició en 1596.  Pues bien, si a esta fecha restamos los cien años que estuvo en esa capilla, más los ochenta que permaneció en la iglesia primitiva nos ponemos en 1410. Precisando más, el retablo se hace entre 1406 – 1412, durante la regencia de Fernando de Antequera que aparece en la escena como donante.  Según Angulo Iñiguez sería entre 1415 – 1422. Vicisitudes: Regalado por D. Sancho de Rojas para la iglesia primitiva, allí permaneció durante más de ochenta años.  Al construirse la nueva iglesia, se le pasó al ábside del evangelio hasta que se hizo el retablo de San Marcos. En esa fecha los monjes de San Benito lo regalaron a su filial de San Román de Hornija, para su retablo mayor.  Con la exclaustración el retablo sufrió algunas reformas, ya que en la iglesia quedó únicamente la tabla central, pasando las demás a la capilla del cementerio.  Cuando lo adquirió el Museo del Prado de Madrid, estaba bastante deteriorado e incompleto.

La descripción completa nos la aporta el Catálogo de los Cuadros del Museo del Prado de 1945, en el que figura con el número 1.321. Consta de diecinueve  escenas de diferentes tamaños que de mayor a menor son los siguientes: 1’50 x 0’82 la central y principal; 1’45 x 0’85 también en el centro; 1’12 x 0’62;  1’01 x 0’62; 0’72 x 0’46; 0’58 x 0’32; y 0’16 en cuadro.

En la tabla central: La Virgen con el Niño, cuatro ángeles cantores y otros tantos músicos, San Benito y San Bernardo, y arrodillados, el Arzobispo, al que la Virgen pone la mitra, y el rey Don Fernando el de Antequera, a quien corona el Niño ( son los donantes ).Los asuntos de las demás tablas son, de izquierda a derecha y de arriba abajo: Tercer cuerpo, Isaías, el Arcángel Gabriel y el Padre Eterno, la Virgen María y David.Segundo cuerpo: la Presentación en el Templo, la Natividad ( casi totalmente perdida ), la Adoración de los Reyes, la Crucifixión, la Quinta Angustia, el Santo Entierro, y la Bajada al Limbo ( perdida la mitad izquierda ). Primer cuerpo: Ecce – Homo, la Flagelación, Jesús con la Cruz a cuestas, tabla central antes descrita, la Ascensión, Pentecostés, la Misa de San Gregorio.En el banco, dieciocho cabezas de santos.  Entre los pináculos del tercer cuerpo, el escudo de Rojas que consta de cinco estrellas azules en campo de plata.