El bodegón español en el Prado

15 04 2011

La exposición El bodegón español en el Prado constituye un acontecimiento cultural de destacado interés, considerando la extraordinaria calidad de las obras que se han reunido, la importancia de los maestros que las realizaron y la amplitud cronológica que abarca, desde comienzos del siglo XVII hasta mediados del XIX. A través de las creaciones de Van der Hamen, Zurbarán, Pereda, Arellano, Meléndez, Paret, Goya y Lucas, entre otros muchos autores, la muestra recorre la evolución de uno de los géneros pictóricos más sugestivos, el del bodegón, al que se suma el de los asuntos en los que predominan las flores, desde la fase inicial del Barroco hasta el Romanticismo.

Tan singular proyecto, compuesto exclusivamente por cuadros del Museo del Prado, ofrece a los visitantes la oportunidad de observar y valorar la rica evolución de la escuela española consagrada a la naturaleza muerta y admirar el genio de sus creadores, puesto que fueron muchos los pintores de primer orden que se dedicaron con sus pinceles a reflejar aspectos del mundo en derredor, con una maestría que hoy permite apreciar numerosos pormenores de la vida cotidiana de diferentes épocas.

La pintura de bodegones contribuye a establecer una de las múltiples facetas de la imagen histórica que se tiene de España, merced al punto de vista que ofrecen sus temas del día a día, en este caso los alimentos, los objetos de cocina y los utensilios caseros habituales, así como ciertas formas de las relaciones sociales, la gastronomía, las cocinas e incluso el ámbito de la decoración; además goza de una especial significación en razón de la carga simbólica que gran parte de sus obras poseen, debido a las alegorías que encarnan y a los mensajes que difunden, que van desde el espíritu religioso hasta la expresión material de la prosperidad.

Durante el siglo XVII, sólo la naturaleza muerta tuvo en España amplio desarrollo y constituyó capítulo importante dentro del panorama de toda la pintura europea, aunque su incorporación a la historia «oficial» de la misma sea bastante reciente. Sin duda la naturaleza muerta española -el bodegón, como suele llamarse con denominación ya universal, a cualquier pintura de objetos inanimados, flores, frutas, objetos, animales muertos acompañados a veces por algún personaje humano- tiene personalidad bien singular y responde a una concepción en cierto modo distinta de lo italiano, flamenco, holandés o francés contemporáneo. Una sensibilidad humilde y grave, profunda e impregnada de un sentimiento casi religioso, que ordena los objetos con valor de trascendencia, es lo que hay de nuevo y personal en los primeros artistas españoles de este género, que parece, en ocasiones, tener un carácter casi religioso que a nosotros, menos familiarizados con el lenguaje de los místicos y con las inmediatas metáforas cotidianas de los escritores ascéticos como Fray Luis de Granada, Teresa de Jesús o Juan de Ávila, se nos escapan tantas veces. No es seguramente casual que algunas series de bodegones españoles procedan de clausuras conventuales, que hoy todavía se encuentren en sacristías catedralicias y que su más genial creador, Juan Sánchez Cotán, fuese fraile cartujo. Pero no debe olvidarse tampoco que, a través de los textos contemporáneos, nada se nos dice de ese posible valor trascendente o simbólico de un género del que se elogia tan sólo el virtuosismo en el representar lo inanimado y cuyos cultivadores sólo se recogen y mencionan si, además, han destacado en alguna otra cosa. Así, de Van der Hamen, maestro singular en el género, es elogiado por Palomino en sus obras religiosas y se refiere de pasada a sus «bodegoncillos«, al igual que hace con Sánchez Cotán, de quien alude a su habilidad «en pintar frutas«.

Que se consideraba ocupación menor y casi poco digna, lo muestra también el hecho de que algunos pintores de Bodegón, que hoy conocemos y estimamos gracias a las obras firmadas que vamos descubriendo, no merecieron que Palomino los incluyese en su Parnaso. Ni Antonio Ponce, ni Francisco Barrera, ni Felipe Ramírez ni Pedro de Camprobin, se asoman a sus páginas, y Andrés Deleito lo hace en una mención ocasional, a propósito de los bodegones de Cerezo, pintor bien conocido por su producción religiosa. Todos ellos son hoy, sin embargo, estimados como significativos representantes de un género que sin duda tuvo muy poca consideración en su tiempo. Francisco Pacheco era consciente de ese valor menor de la pintura de objetos inanimados y alza en su defensa una tímida voz, apoyada en la excelsa maestría de los de Velázquez, su yerno: «¿Pues qué? ¿Los bodegones no se deben estimar? Claro está que sí, si son pintados como mi yerno los pinta, alzándose en esta parte sin dejar lugar a otro».

En la actualidad se tiende, por el contrario, a magnificar este género de pintura, viendo en él complejas significaciones simbólicas que no parecen autorizar los textos contemporáneos. Pero sí hay un sector explícito de este género que, con evidencia, reclama esa lectura: las «Vanitas«, en las cuales se muestra, con el lenguaje de los teólogos y con los tópicos del ascetismo de los predicadores, la vanidad de las glorias del mundo y la caducidad de la belleza, la riqueza y el poder, sujetos todos al inexorable dominio del tiempo y de la muerte. Pereda, Deleito y algunas obras de Valdés Leal son ejemplos soberbios de este género, que cuenta también en las clausuras conventuales con representantes más modestos artísticamente, pero igualmente expresivos en su contenido. Bajo la idea -obsesiva en algunos teólogos y comentaristas- de la fugacidad de la vida y la brevedad de sus goces, no es difícil ver en ciertos bodegones de frutas que muestran picaduras o imperfecciones, o en floreros con flores a punto de deshojarse, alegorías de la inanidad del mundo y de la constante amenaza de la muerte.

El bodegón, es un género que fue considerado siempre como muy menor porque el tema donde no existe la representación del hombre, era considerado de escasa categoría.  En un principio, el bodegón en sí mismo no existía, y sólo es a partir del S.XVII cuando se empieza a considerar como un tema que puede existir con independencia.

El primer pintor que considera tan importante la representación del bodegón como la de un tema histórico es el italiano Caravaggio, que en el S.XVII es el que otorga categoría al tema del bodegón.

El bodegón es la representación de alimentos y bebidas estrictamente, per habitualmente se suele confundir e identificar bodegón con naturaleza muerta, aunque esta sea estrictamente la representación de objetos inanimados. El género del bodegón también se le llama a los cuadros que tratan de confundir al ojo humano, lo que se llama el «trampantojo», que es esa pintura realista e hiperrealista que finge realidad. Por bodegón también entendemos los cuadros de flores, sería una temática especial dentro de éste.También hay cuadros que pueden tener un sentido alegórico. Mediante la representación de objetos inanimados se hace una alegoría de la brevedad de la vida, de lo fútil que es este mundo, del verdadero valor del más allá. Estos cuadros reciben el nombre de «vanitas», hacen reflexionar sobre la vida y la muerte.

El bodegonista se interesa por la forma, por el volumen, por el color y por la luz.    En el Barroco los bodegones españoles son sobrios (Zurbarán, Sánchez Coello) y en los Países Bajos son más ricos.

A partir de finales del S.XIX, después del Impresionismo, el bodegón es utilizado como medio de investigación formal, es un pretexto para indagar las posibilidades del lenguaje plástico. El post-impresionista más interesado en él es Cezanne.

A partir de aquí, la pintura contemporánea ha utilizado con gran profusión el bodegón para crear nuevos lenguajes pictóricos, y así, las vanguardias artísticas, empezando por el cubismo, lo utilizaron como campo de experimentación.

La naturaleza muerta o bodegón, se relaciona con una representación pictórica de objetos inanimados, como frutas, flores, caza, utensilios, libros o instrumentos musicales, generalmente agrupados sobre una superficie plana. El tema de la naturaleza muerta, sencillo y sin pretensiones, no suele tener importancia por sí mismo; representa más bien un medio para que el pintor practique la composición y la representación de detalles y texturas. Elementos propios de los bodegones son visibles en el arte romano de la antigüedad, en mosaicos y pinturas murales probablemente basados en modelos griegos, y en algunos casos se dejan entrever en el arte gótico. Con un talante bien distinto, se representan de forma sensible los aspectos del mundo natural en el arte chino y japonés. Sin embargo, el bodegón como forma de arte bien determinada, es fundamentalmente un fenómeno occidental posterior al renacimiento.

Existe una pintura sobre tabla (1504, Alte Pinakothek, Munich), del pintor veneciano Jacopo de Barbari, que representa una perdiz muerta y un par de guanteletes, que suele ser considerada como el primer bodegón verdadero. El desarrollo posterior del género tuvo lugar fundamentalmente en los Países Bajos donde artistas como Jan Brueghel, Pieter Claesz, Willem Kalf y Frans Snyders pintaron cuadros de floreros y mesas con frutas y caza, representados con exuberantes texturas y gran riqueza de detalles. En España, destacó de manera muy especial la austera sobriedad de los bodegones de Juan Sánchez Cotán, en los que una serie de piezas, generalmente de fruta, se distribuyen en composiciones geométricas sobre un anaquel con una sencillez casi mística.

En otros países, la naturaleza muerta estaba considerada como la forma menos importante del arte, hasta que, en el siglo XVIII, el pintor francés Jean-Baptiste Simeon Chardin  demostró sus posibilidades expresivas con sus obras de sosegada armonía. La importancia del bodegón creció a lo largo del siglo siguiente hasta alcanzar el lugar que se merece con la obra del pintor francés Paul Cézanne, cuyos numerosos cuadros de manzanas y naranjas constituyen obras maestras de composición formal. El bodegón se convirtió en una de las formas artísticas más sobresalientes de principios del siglo XX al ser utilizado por artistas como los españoles Pablo Picasso y Juan Gris y los franceses Henri Matisse y Georges Braque, entre otros, como un medio para sus experimentos de cubismo, fauvismo y expresionismo.

En España tenemos varios ejemplos, de los cuales destacará Juan Sánchez Cotán (1560-1627), pintor español creador de la tipología del bodegón en España. Nacido en Orgaz (Toledo), fue un pintor de escaso mérito en los temas religiosos, que sin embargo tenía unas extraordinarias dotes como bodegonista. Se formó en el rico ambiente cultural toledano de finales del siglo XVI, donde eran especialmente apreciadas las novedades, como las naturalezas muertas compradas en Flandes por los coleccionistas. Parece ser que fue discípulo del pintor toledano Blas de Prado (c. 1545-1599) y al parecer se dedicó a pintar bodegones antes de ingresar enla Cartuja en 1603, realizando el noviciado en El Paular para trasladarse en 1612 definitivamente a la Cartuja de Granada, donde vivió hasta su muerte.

Son muy pocas las naturalezas muertas que se conocen de su mano, pero él fue quien definió las cualidades y características del bodegón español, que se mantuvieron sin grandes variaciones a lo largo de gran parte del siglo XVII. Son obras en las que representa muy pocos elementos, -frutas, hortalizas y aves-, que aparecen colgados o alineados sobre el alféizar de una ventana, tratados con preciso dibujo y denso modelado, mientras una intensa luminosidad los destaca sobre un oscuro fondo, acentuando así su realismo y plasticidad. Según la mayoría de los especialistas, Sánchez Cotán pinta estos objetos con un sentido religioso, buscando en ellos, no su apariencia concreta, sino la acción creadora de Dios, idea también recogida en la literatura de la época. Existen bodegones de su mano en el Museo del Prado, Madrid, en el Museo de Bellas Artes de Granada y en el Museo de San Diego (Estados Unidos).

Otro pintor de naturalezas muertas de prestigio fue Francisco de Zurbarán (1598-1664), pintor español conocido por sus cuadros religiosos y escenas de la vida monástica en la época del barroco y la Contrarreforma. Su estilo, adscrito a la corriente tenebrista por el uso que hace de los contrastes de luces y sombras, se caracteriza básicamente por la sencillez compositiva, el realismo, el rigor en la concepción, la exquisitez y la ternura en los detalles, las formas amplias y la plenitud en los volúmenes, la monumentalidad en las figuras y el apasionamiento en los rostros.

Otros temas de la obra de Zurbarán, aparte los meramente religiosos, son los retratos (Conde de Torrelaguna, en el Museo de Berlín), los cuadros históricos (Socorro de Cádiz, Museo del Prado) y sobre todo los bodegones. Aunque son pocos los que conocemos, en ellos muestra claramente su estilo: sencillez en la composición -objetos puestos en fila-, tenebrismo conseguido con fondos muy oscuros, sentido del volumen en las formas y una gran naturalidad. Destacan los bodegones del Museo de Cleveland y del Museo del Prado (Bodegón).

Así mismo contaremos con el pintor Antonio de Pereda (1611-1678), pintor español que trabajó sobre todo en Madrid. Realizó obras religiosas y bodegones, entre los que destacan los cuadros de vanitas, naturalezas muertas de carácter simbólico alusivo a lo efímero de los placeres y glorias terrenales. Nacido en Valladolid en 1611, se trasladó muy joven a Madrid, donde se formó con el pintor Pedro de las Cuevas. Protegido por el marqués dela Torre, consiguió encargos importantes en la corte, donde participó con algunos de los más relevantes pintores de su tiempo, como Velázquez y Zurbarán, en la decoración del salón de Reinos del palacio del Buen Retiro (El socorro de Génova por el segundo marqués de Santa Cruz, 1634, Museo del Prado).

En su producción, dedicada fundamentalmente a los temas religiosos, tienen especial importancia las naturalezas muertas moralizantes o vanitas, en las que se alude de forma alegórica a lo pasajero de la vida (Alegoría de la vanidad, c. 1634, Viena, Kunsthistorisches Museum); también se le atribuye El sueño del caballero (c. 1660, Academia de San Fernando, Madrid).

Junto con todos ellos, también el pintor Mateo Cerezo (1626?-1666), pintor español del barroco cuya pintura se distingue por el refinamiento y la riqueza cromática. Nació en Burgos y se inició en la pintura con su padre. Hacia 1640 se trasladó a Madrid para convertirse en discípulo de Juan Carreño de Miranda. Gracias a su maestro pudo entrar en contacto con la pintura de Tiziano y Van Dyck, quienes influirían de forma decisiva en la obra del pintor burgalés. Después de una breve estancia en su ciudad natal y en Valladolid, se estableció definitivamente en la corte madrileña.

Aunque su obra no es muy numerosa debido a su muerte prematura, su estilo fue muy apreciado por sus contemporáneos por su gran destreza técnica y brillante colorido. Cultivó en especial los temas religiosos, aunque también realizó algunos bodegones. Entre sus obras más destacadas se encuentran Los desposorios de santa Catalina (1660) y San Agustín (1663), ambos en el Museo del Prado (Madrid).

Y por último, y como principal bodegonista español del siglo XVIII, hablaremos de Luis Meléndez. Nació en Nápoles (Italia), en una familia de artistas españoles. Se formó en Madrid, en la Academia de San Fernando y con el francés Louis-Michel Van Loo. Inició su trayectoria profesional como miniaturista, aunque pronto se dedicó a la pintura de naturaleza muerta, género al que dedicó la mayor parte de su producción. Sus bodegones, ejecutados con una técnica extraordinariamente minuciosa, presentan unas composiciones sobrias y ordenadas con pocos elementos, que aparecen descritos en detalles y calidades con gran realismo. El Museo del Prado (Madrid), posee un relevante conjunto de obras suyas, integrado por más de cuarenta cuadros procedentes del palacio de Aranjuez y realizados por el artista a finales del siglo XVIII. Es una serie destinada en su origen a representar distintos alimentos característicos de España.

En uno de los cuadros recogidos en la exposición que el Prado consagra al gran pintor español del siglo XVIII, Luis Meléndez, no es bodegón todo lo que reluce. Un examen con radiografía de esa obra, Bodegón con naranjas, plato de nueces, melón, cajas de dulces y recipientes, fechada en 1772 y traída para esta muestra dela National Galleryde Londres, sacó a la luz un retrato del rey Carlos III escondido tras las frutas. El busto fue ocultado por Meléndez, haciendo desaparecer una de las pocas obras con figura humana que conocemos de este artista.

Luis Meléndez se tuvo que conformar con trabajar sólo el bodegón y con vivir sometido a los vaivenes del mercado, si exceptuamos el encargo que recibió de Carlos IV para su Gabinete de Historia Natural, trabajo que hoy constituye el centro de los fondos del Prado sobre Meléndez y de cualquier exposición que se precie en torno a su figura.

El pintor encontró en el bodegón el camino hacia el que sus capacidades creativas, entre las que destacaba principalmente su potencial naturalista, o sea, representar fielmente la realidad. Sin posibilidad para demostrar su potencial para los grandes géneros -retablos religiosos o frescos históricos- , se tuvo que conformar con una disciplina entonces considerada menor. Sólo su buen hacer y la recuperación de esta temática pictórica por las vanguardias del siglo XX han permitido a Meléndez sobrevivirse a sí mismo.

Es imposible que imaginara que sus cuadros pudieran acabar dentro de una exposición en una de las grandes pinacotecas del mundo. Las naturalezas muertas de todo un Dalí son el mejor homenaje con el que nuestros días podían celebrar a Meléndez, cuya destreza le permitió acabar demostrando que, tras esa fidelidad a la realidad, se esconden unas reglas abstractas que un siglo después sacaría a la luz nada menos que Cézanne.


El bodegón español en el Prado

24 de marzo– 26 de junio de 2010
Centre d’Art d’Alcoi –  Alicante